miércoles, 27 de agosto de 2008

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Cuando abrió los ojos, se encontró mirando al cielo sin nada para decir. Las nubes cuchicheaban acerca del porqué de su silencio. Ellas habían estampado un mundo distinto ese día para él. Las pequeñitas trabajadoras carmesí contorneaban su figura como a un gigante. Y renegaban no poder ver el obsequio de las nubes.
Su conciencia descansaba con miedo en el rincón de los deberes. En aquel rincón de cuando niño solía escribir canciones en vez de hacer tareas de matemáticas. Garabatos obnubilaban sus pensamientos y él transpiraba esa bruma por su sonrisa.
Cuando despertó, ella estaba ahí. El no atinó a nada, solo contemplarla. Tanto tiempo de espera, no sabía qué hacer. Cuando él despertó, ella estaba ahí.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sr de los Domingos que navegan a otros días:
Es un gusto. Hace tiempo que deseo escribirle, diré que, además de leerlo aquí, lo he leído en la casa del Felino de Ch. Su ternor globístico que le canta el cumpleaños al río me conmueve.
Tengo un asunto importante con los domingos. Siempre fueron días especiales, raros, de visitas a parientes que me engañaban agrandando mi café con agua caliente, de misa matinal (pues me obligaban a peregrinar hacia la parroquia), de fideos con estofado, de ciertas discusiones que no me puedo borrar...
Estaría describiendo el domingo por horas... Hace tiempo, los domingos se han hecho terciopelo y pozo, han costituido para mí "un sistema"; de ellos arrancaría los poemas del oscurecer y del despertar en sol.
¿Me permitiría seguir clavando esta canasta que contiene mi hambre de decir en su casa tan dulce, tan flor?

un saludo envuelto en caramelos.

Domingo*s dijo...

mmmm de miel y menta!
los caramelos digo... Comparto el gusto, espero que usted piense lo mismo al respecto de la miel y menta. Yo también la he cruzado en las mismas esquinas y con la misma admiración.
Siempre parecen instaurarse en nuestra cultura los domingos como especiales, ya sea para descansar, como para dormir, disfrutar, cantar, pasear, sufrir y otras tantas cosas; tanto paganas como religiosas...
Pase por esta casa las veces que quiera, siempre que traiga llena la canasta con poemas, así sean oscuros o claros en sol, en fa, en mi... Y si la tiene vacía pase igual: a llenarla, pero nunca se olvide de atarle un globo a las manijitas. Con el irán mis abrazos y besos, como sus comentarios que acarician mis arterias.

Anónimo dijo...

gracias, señor de los globos.
Permitamé, ya que habla de regalar globos, llevarme esta noche uno violeta para secarme el río que tengo inundándome los ojos.
Mañana será otro día y vendrá otro río, con otros nombres.
Y pediré otro globo...

abrazos... y gracias por darme tan dulce bienvenida.-